jueves, octubre 14, 2010

Espesa y caliente.
Coagulándose en tus manos.
Puede que no pares hasta morir desangrada. La sangre se desliza por tus oídos y se abre camino en una rambla muda azotada por la tempestad entre tus pechos. Y baja abajo, abajo y abajo, y más abajo.
Y se hunde en el precipicio de tu ombligo y te recorre la cintura como un abrazo de muerte, una cadena de oro rojo que te envuelve como una diosa de porcelana brillante.

No hay comentarios: