lunes, marzo 07, 2011

Volver a casa, a la casa de tus padres. La primigenia.
Escuchar las olas y ver las palmeras.
Estar enferma, irte a la playa en otoño con una tumbona y sentarte al sol.
Los pies enterrados en la arena húmeda, húmedos el pelo y la piel. Transpiras.
No hay nadie, o sí, pero estás sola.
Sola con tu tumbona, con el Sol y el mar. (Y ya no) se elevan los gritos con la marea, barriéndolo todo a su paso.
La vista fija en el horizonte.
Los sonidos se vuelven cada vez más graves. Voces rotas, afectadas y llenas de sal siguen moviéndose, balbucean aunque tú no entiendes lo que dicen.
Quizá sea el bramido del agua que te ensordece, puede que nadie hable, ni grite. Que no haya golpes.
Sentada con los pies húmedos y el pelo y la piel. Sin moverte.
Respiras.