lunes, marzo 15, 2010

La tortuga se mueve


Nos rodea un mundo tan vasto que es dificil no sentirse minúsculo en comparación.
Cuando era pequeña e ibamos a pasar unos días al campo, me gustaba (y asustaba) acostarme en el suelo a mirar las estrellas. Allí, dónde nos alumbrábamos con candiles y no había farolas a kilómetros, todo se volvía mucho más real.
La naturaleza realmente existía y tenía vida y podías notarla.
Y ahí acostada me di cuenta de que no existe el silencio, la tierra nunca duerme. Era más consciente de todo lo que se movía a mi alrededor: el latido de mi corazón, el crujir de las ramas de los árboles mecidos por el viento, los animalillos nocturnos merodeando.
Y mirando el cielo plagado de estrellas me sentí absorvida por el mundo, catapultada hacia ese techo negro perlado.
Y el terror me atenazaba el pecho pensando que en cualquier momento me tragaría.
Pero nunca ocurrió.

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